Pretender extraer alguna enseñanza
política de la serie Juego de Tronos aplicable al momento que
vivimos en España es como afirmar que viendo los Transformers se
aprende a arreglar lavadoras y hasta hormigoneras.
Conozco a gente que presume saber de
cocina porque ha leído las aventuras de Pepe Carvalho, a los que
Suskind les descubrió el sentido del olfato o que asistió al debate
moral en torno a la pobreza de Jesus leyendo a Ecco. Y no por ello
han llegado a tener alguna estrella Michelín, los han contratado en
Chanel o dan clase de Teología en la universidad católica de
Cracovia. A no ser que hayan completado los conocimientos que les han
proporcionado sus aficiones con algún proceso formativo
complementario.
La literatura, el cine, el teatro o la
televisión forman, pero por mucho que te guste Breaking Bad, jamás
te convertirás en un experto fabricante de drogas sintéticas apenas
siguiendo las aventuras de Walter White.
Es otra forma de comunicar, pero sólo
eso, formas. A estas alturas resulta complicado disociar las
negociaciones para formar gobierno de la escenificación de un baile
de salón, incluido Rajoy, al que nadie quiso sacar a bailar. Más
vale que a la hora de negociar, nuestros representantes hubiesen
cambiado las intrigas de enanos y dragones por algo más
contemporáneo y hubiesen visto con detenimiento Una mente
maravillosa, sobre la vida de John F. Nash, a ver si se les
quedaba algo de la Teoría de Juegos o, al menos, les hubiese dado
para alcanzar a entender que no es posible negociar para obtener
todos los beneficios, o, por el contrario, para que todos pierdan, en
primer lugar la ciudadanía. En el término medio se encontraba la
virtud del beneficio mutuo. Nunca hubo voluntad de negociar un
gobierno
Cuentan que Valle Inclán paseaba
acompañado de un joven poeta por un parque cuando en un momento éste
le preguntó al autor de Luces de Bohemia, “Qué flores tan
curiosas, flotan sobre el estanque ¿sabría usted como se llaman?, a
lo que Don Ramón María contestó, “por supuesto, son esas que
usted tanto cita en sus poemas, nenúfares”. Algo así le va a
acabar ocurriendo un día a Iglesias de tanto citar a Kant. La Paz
Perpetua es un articulado más cínico que real sobre las medidas que
los países deberían adoptar, en la época del autor, para conseguir
tan elevado fin, con un artículo secreto que establece que cuando
los políticos no se pongan de acuerdo sobre las medidas a adoptar
habrá que recurrir a los filósofos. Para el título, el pensador
usó el de un grabado que representaba un cementerio y que presidía
el comedor del restaurante que frecuentaba. Pues eso la Paz Perpetua,
que tanto preocupaba a Kant.
Pero hay otras “mentiras” más
preocupantes incluso que las de Kant. El liderazgo de Podemos en las
redes sociales, fundamentalmente en twitter, se sustenta en la labor
de los 400. La leyenda urbana dice que son incondicionales de la
formación encerrados dia y noche tuiteando sin descanso los
argumentarios de los líderes. En realidad son cuentas replicadas que
difunden, mediante un robot de publicación esos mismos
argumentarios. En la versión gratuita del programa en cuestión las
publicaciones están limitadas por el numero de mensajes originales,
de tan sólo tres cuentas. En la versión de pago se puede llegar al
seguimiento de hasta 100 cuentas. Si cada cuenta original emite 25
mensajes diarios, el robot los convertirá en un millón de tweets en
un sólo día, multiplicado por los meses de duración de la campaña
y por los retweets desinteresados, puede arrojar una cifra de
proporciones astronómicas.
Si la política de comunicación a
través de twitter va así. ¿Quien es el incauto que se va a creer
el sistema de financiación mediante crowdfunding?
Y luego está la casta. Porque cesar
fulminantemente a un Secretario de Organización y nombrar a otro a
dedo, ubicar paracaidistas de unas provincias para encabezar las
candidaturas de otras, celebrar asambleas en las que no se permiten
intervenciones de los militantes, utilizar la sala Vip de un
aeropuerto, que las candidaturas las elabore el líder supremo,
utilizar un parlamento puente mientras llegan las elecciones que de
verdad interesan o usar la demogogia hasta la extenuación sólo es
casta si lo hacen los demás partidos. Votar, con el PP, en contra de
la investidura de un candidato socialista a la presidencia del
gobierno, y decir que eres de izquierdas, como dice la publicidad de
la tarjeta de crédito, no tiene precio, y es de diván de
psicoanálisis.
Empieza otra campaña electoral y con
ella los eslóganes, los titulares y las formas, el postureo que
dicen los cursis. A primera vista, resulta inexplicable que quienes
más ayudan a este experimento de pequeña y mala caricatura de
proyecto político sean los propagandistas de la derecha más
neoliberal. Pero es cuestión de perspectiva, si se mira de cerca ya
todo cobra sentido y detrás de la demagogia y el postureo hay
incluso intereses comunes. El camino ya lo marcó Anguita.