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lunes, 9 de mayo de 2016

El postureo que no cesa

Pretender extraer alguna enseñanza política de la serie Juego de Tronos aplicable al momento que vivimos en España es como afirmar que viendo los Transformers se aprende a arreglar lavadoras y hasta hormigoneras.
Conozco a gente que presume saber de cocina porque ha leído las aventuras de Pepe Carvalho, a los que Suskind les descubrió el sentido del olfato o que asistió al debate moral en torno a la pobreza de Jesus leyendo a Ecco. Y no por ello han llegado a tener alguna estrella Michelín, los han contratado en Chanel o dan clase de Teología en la universidad católica de Cracovia. A no ser que hayan completado los conocimientos que les han proporcionado sus aficiones con algún proceso formativo complementario.
La literatura, el cine, el teatro o la televisión forman, pero por mucho que te guste Breaking Bad, jamás te convertirás en un experto fabricante de drogas sintéticas apenas siguiendo las aventuras de Walter White.
Es otra forma de comunicar, pero sólo eso, formas. A estas alturas resulta complicado disociar las negociaciones para formar gobierno de la escenificación de un baile de salón, incluido Rajoy, al que nadie quiso sacar a bailar. Más vale que a la hora de negociar, nuestros representantes hubiesen cambiado las intrigas de enanos y dragones por algo más contemporáneo y hubiesen visto con detenimiento Una mente maravillosa, sobre la vida de John F. Nash, a ver si se les quedaba algo de la Teoría de Juegos o, al menos, les hubiese dado para alcanzar a entender que no es posible negociar para obtener todos los beneficios, o, por el contrario, para que todos pierdan, en primer lugar la ciudadanía. En el término medio se encontraba la virtud del beneficio mutuo. Nunca hubo voluntad de negociar un gobierno
Cuentan que Valle Inclán paseaba acompañado de un joven poeta por un parque cuando en un momento éste le preguntó al autor de Luces de Bohemia, “Qué flores tan curiosas, flotan sobre el estanque ¿sabría usted como se llaman?, a lo que Don Ramón María contestó, “por supuesto, son esas que usted tanto cita en sus poemas, nenúfares”. Algo así le va a acabar ocurriendo un día a Iglesias de tanto citar a Kant. La Paz Perpetua es un articulado más cínico que real sobre las medidas que los países deberían adoptar, en la época del autor, para conseguir tan elevado fin, con un artículo secreto que establece que cuando los políticos no se pongan de acuerdo sobre las medidas a adoptar habrá que recurrir a los filósofos. Para el título, el pensador usó el de un grabado que representaba un cementerio y que presidía el comedor del restaurante que frecuentaba. Pues eso la Paz Perpetua, que tanto preocupaba a Kant.
Pero hay otras “mentiras” más preocupantes incluso que las de Kant. El liderazgo de Podemos en las redes sociales, fundamentalmente en twitter, se sustenta en la labor de los 400. La leyenda urbana dice que son incondicionales de la formación encerrados dia y noche tuiteando sin descanso los argumentarios de los líderes. En realidad son cuentas replicadas que difunden, mediante un robot de publicación esos mismos argumentarios. En la versión gratuita del programa en cuestión las publicaciones están limitadas por el numero de mensajes originales, de tan sólo tres cuentas. En la versión de pago se puede llegar al seguimiento de hasta 100 cuentas. Si cada cuenta original emite 25 mensajes diarios, el robot los convertirá en un millón de tweets en un sólo día, multiplicado por los meses de duración de la campaña y por los retweets desinteresados, puede arrojar una cifra de proporciones astronómicas.
Si la política de comunicación a través de twitter va así. ¿Quien es el incauto que se va a creer el sistema de financiación mediante crowdfunding?
Y luego está la casta. Porque cesar fulminantemente a un Secretario de Organización y nombrar a otro a dedo, ubicar paracaidistas de unas provincias para encabezar las candidaturas de otras, celebrar asambleas en las que no se permiten intervenciones de los militantes, utilizar la sala Vip de un aeropuerto, que las candidaturas las elabore el líder supremo, utilizar un parlamento puente mientras llegan las elecciones que de verdad interesan o usar la demogogia hasta la extenuación sólo es casta si lo hacen los demás partidos. Votar, con el PP, en contra de la investidura de un candidato socialista a la presidencia del gobierno, y decir que eres de izquierdas, como dice la publicidad de la tarjeta de crédito, no tiene precio, y es de diván de psicoanálisis.

 Empieza otra campaña electoral y con ella los eslóganes, los titulares y las formas, el postureo que dicen los cursis. A primera vista, resulta inexplicable que quienes más ayudan a este experimento de pequeña y mala caricatura de proyecto político sean los propagandistas de la derecha más neoliberal. Pero es cuestión de perspectiva, si se mira de cerca ya todo cobra sentido y detrás de la demagogia y el postureo hay incluso intereses comunes. El camino ya lo marcó Anguita.

martes, 10 de febrero de 2015

El tabaco contra la bronquitis

Admitamos como han dicho Ferrándiz y Urquizu (El Pais 13 de enero) que la causa del ascenso de Podemos, y en menor medida de Ciudatans, es el rechazo de la ciudadanía al bipartidismo como principal responsable de la corrupción y de la pésima gestión de la crisis. También debe quedar sentado, según el mismo artículo, que ideológicamente, Podemos, se sitúa en el 3'8 de la escala izquierda-derecha y es percibido por sus propios votantes en el 2'9 (siendo el 0 la izquierda radical y el 10 la derecha radical). Así como que sus mensajes recurrentes están caracterizados por las profecías del fin de la casta y de las puertas giratorias, la implantación de limitaciones de mandatos, la adopción de medidas de mayor transparencia por parte de las instituciones y de los servidores públicos, el fin de los viajes en clase VIP, y toda la retahila con la que nos teleadoctrinan desde los púlpitos que el propio gobierno del PP y Arriola, el estratega de cabecera, les ha propiciado.
            La gestión de la crisis por parte de los dos partidos mayoritarios que han intentado combatirla desde el gobierno ha sido un tanto discrepante y de resultados irregulares. El último gobierno de Zapatero apostó por el aumento del gasto público mediante diversos programas de inversiones, sobre todo municipales, que garantizaran tanto el empleo de los trabajadores provenientes del sector de la construcción como la continuidad de las empresas de dicho sector. Por contra Rajoy, previa acusación a su antecesor de despilfarrador, puso en marcha unas férreas políticas de contención del gasto y se dispuso a utilizar los fondos públicos para salvar a las entidades financieras, reduciendo dicho gasto y, consecuentemente, la calidad de los derechos sociales y de los servicios públicos.
            Si partimos de la percepción que los electores tienen de Podemos, debe intuirse, porque saberlo es imposible, que sus tesis para gestionar la crisis estén más cerca de los planteamientos de los socialistas que de los de la derecha. Sin embargo, lejos de conseguir acabar con el bipartidismo, al posicionarse como partido de izquierdas, lo que consigue es fragmentar el voto de izquierdas arrebatando electorado al PSOE,  fagocitando a Izquierda Unida y consolidando el suelo electoral del PP, a pesar de las barrabasadas que la derecha lleva perpetradas.
            El otro gran argumento contra los partidos mayoritarios es el de la corrupción y las medidas que ambas estructuras han adoptado para combatirla. También en este capítulo el saldo es favorable al PSOE que ha impedido que imputados en procesos judiciales vayan siquiera en sus candidaturas. Por el contrario, en el otro plato de la balanza, el Partido Popular, responde por plasma y a la gallega a las acusaciones de su extesorero y a las evidencias periodísticas y procesales de financiación ilegal.
            El modelo de Podemos es el de una estructura meritocrática en la que a sus bases o a las corrientes críticas les resulta bastante complicado, si no imposible, promocionar hasta alguna candidatura e incluso al vértice de la propia estructura orgánica de la formación, copada por los padres y madres fundadores, personajes curtidos, bendecidos y promocionados por los insufribles y ensordecedores talk shows políticos que nos asolan los fines de semana. Frente a esto, los partidos tradicionales ofrecen las suficientes garantías estatutarias y reglamentarias para que cualquiera de sus miembros pueda ser elector o elegible.
            El discurso de Podemos se balancea de manera inopinada desde la renta mínima universal hasta el no reconocimiento de la deuda. Pero sólo algunos días. Los partidos tradicionales elaboran programas y resoluciones en forma de contrato social con la ciudadanía, sin letra pequeña y sin cambios de condiciones.
            Hay espabilados en los partidos tradicionales, incompetentes o vagos, pero en la misma proporción en la que están presentes en otros ámbitos de la actividad humana. No conozco a ninguno que se haya enriquecido con su actividad. Incluso conozco a alguno que tras su paso por la política ha perdido el empleo del que provenía o ha tenido que cerrar la pequeña empresa familiar. En la política local no hay puertas giratorias. Hay gente decente dispuesta a quitarle horas al sueño y a los suyos para trabajar por los demás.
            Algunos miembros de Podemos, un partido que tan solo cuenta con un puñado de representantes en el Parlamento Europeo, hacen finos análisis políticos por los que cobran honorarios gloriosos a gobiernos donde la gente vive con menos libertades que en España; o son contratados por amiguetes titulares de departamentos universitarios para elaborar informes sin que reúnan conocimientos o méritos para ello; o sus empresas de comunicación disfrutan en plena crisis de contratos millonarios para producir programas que supuestamente se ven al otro lado de nuestras fronteras.
            Además de todo esto están las puertas giratorias de la universidad, un ámbito gremial endogámico hasta límites insospechados, a donde volverán una vez hayan “salvado” a la gente de los problemas que les han contado que tenían.
            El 15M fue la excusa que les valió a estos jugadores de ventaja para conjugar en primera persona del plural el hastío y el sufrimiento ajenos con la esperanza de un futuro de diseño pergueñado en un departamento universitario. Pero no es verdad. Ellos no son los desheredados de la tierra ni quienes soportan el sufrimiento o la presión de las hipotecas. Ellos visitan países del cono sur y universidades europeas y han estudiado con las becas que les ha proporcionado el mismo sistema que ahora critican. Vestirán en Alcampo, pero no saben lo que es pagar a plazos, pedir ropa usada o comer de la generosidad de sus vecinos.

            Con todo, lo peor es la tremenda paradoja de su razón de ser. Imaginemos que el equipo más reputado de la universidad de medicina mas prestigiosa de este país plantea que el consumo de tabaco en la habitación de un enfermo de bronquitis ayuda a eliminar las bacterias y que la mejor forma de combatir el dolor de cabeza es rezar tres avemarías sin respirar. Pues eso, un puñado de profesores de ciencias políticas diciendo que la solución a todos los males que padecemos es la meritocracia populista que propugnan.
            Pena de universidad y de país.

lunes, 29 de septiembre de 2014

La certeza de los modelos económicos en política

Reconozco que hay algunas cosas que me cuesta trabajo entender en Izquierda Unida. Y otras que están tan claras que no necesitan explicación.
Entre las que me cuesta trabajo explicar se encuentra la oposición a las políticas nacionales del PP y el pacto que la coalición de izquierdas mantiene en Extremadura con ese partido; la beligerancia genética e irracional de algunos de sus dirigentes hacia el PSOE y el pacto por el que ambos cogobiernan en Andalucía; o la circunstancia de que Podemos les esté arrebatando a sus electores y el contradictorio proceso abierto dentro de la coalición para la convergencia con Podemos, Ganemos y todas las formaciones políticas que resulten de conjugar la primera persona del plural del presente de indicativo o subjuntivo de cualquier otro verbo de aquí en adelante. Aunque esta aparente contradicción apunta a una posible certeza.
Menos comprensible aun fue la estrategia de la pinza ideada por Arriola y ejecutada por Arenas y Anguita  en su momento y a la que, salvo alguna voz interna que con posterioridad sería invitada a abandonar la formación, la coalición entera se entregó en cuerpo y alma.
Respecto a las certezas, es posible que no sean tales, pero como se suele decir: si es blanco y en botella…  parece leche.
Se ha escrito que el candidato en el que inicialmente se pensó para liderar Podemos fue Alberto Garzón, a la sazón designado, en el seno de Izquierda Unida, responsable para articular el proceso de convergencia con otras fuerzas políticas del ámbito de la iniciativa popular, principalmente Podemos o Ganemos, éstos últimos más vinculados a la coalición. Otro dato: entre los principales defensores de Podemos se cuentan algunos destacados ex dirigentes que pilotaron la transición del PCE a IU. Y un argumento más es la condición del ideólogo de la formación que lidera Iglesias, Juan Carlos Monedero, de ex asesor de Gaspar Llamazares. Dicho de otra forma, si huele a leche, tiene el color de la leche y sabe a leche es que no cabe más explicación que la de que Podemos se trate de una actualización de IU como en su momento IU lo fue del PCE. Eso sí, con las redes sociales como principal herramienta de difusión y el inestimable apoyo de la derecha mediática de este país.
No es necesario decir que para que Podemos triunfe debe “engullir” completamente a IU, circunstancia a la que apuntan las últimas encuestas. El riesgo es que el populismo en este país siempre ha tenido las alas cortas y el ideario de cabecera de Podemos es a las resoluciones de un partido tradicional, incluida IU, lo que el manual de un mondadientes al de la Estación Espacial Internacional. Es posible, por tanto, que esta actualización no dure los casi treinta años de vida que ha tenido la coalición como actualización del PCE. Eso sí, la operación mantiene inalterable el esforzado espíritu de una parte de la izquierda española porque toda la izquierda permanezca lo más atomizada posible. Y, de paso, seguir fortaleciendo a la derecha.
Los modelos económicos aplicados a otras áreas del conocimiento como puede ser la política siempre han dados buenos resultados. Apple revolucionó el mundo de los dispositivos portátiles de música con su iPod. Al rebufo del éxito del dispositivo otras marcas diseñaron reproductores musicales cada vez más pequeños y baratos y con mayor capacidad de almacenamiento, hasta popularizarlos de tal manera que las ventas del iPod se vieron afectadas.  Alguien en la compañía pensó que la mejor forma de no perder cuota de mercado era hacerse la competencia a sí mismos y surgió el iPhone, que además de reproducir música era un teléfono y hasta un mini ordenador personal. En la actualidad, además, la publicidad de la compañía de la manzana nos garantiza que con la adquisición de su último modelo de celular seremos personas más felices, más poderosos y nuestra intimidad estará mejor salvaguardada; que es un problema que no teníamos cuando carecíamos de teléfonos móviles.
De la misma manera, Podemos ha realizado ya dos grandes aportaciones al vasto universo de reivindicaciones políticas que antes no sabíamos que existían pero que sin duda necesitamos resolver urgentemente, a saber: la lucha contra la casta y la eliminación de las puertas giratorias. Digo yo que en lo que respecta a las puertas giratorias querrán más bien modernizarlas y cambiarlas por mecanismos de teletransporte similares a los de la nave Entreprise de Star Trek.  De lo contrario es complicado entender lo de Monedero. De asesor del gobierno venezolano a ideólogo de Podemos, pasando antes por asesor de Gaspar Llamazares. Y puede que, con todo, algunas de las decisiones plasmadas en normas por la “nefanda” casta tampoco hayan sido tan perniciosas, como las de las excedencias funcionariales.

Pues eso.

jueves, 17 de octubre de 2013

Payasos

   Me divertían los payasos. El sábado por la tarde y en horario de máxima audiencia emitían mi programa favorito. Al igual que yo, millones de niños de este país se sentaban frente al televisor, absortos como posesos, mirando la única cadena de televisión que emitía a principio de los 70.
   Pero el espacio de aquellos payasos de larga camisola roja, zapatos grandes y los guantes y el humor blancos como el pensamiento de quien nunca ofende, hace tiempo que fue desplazado primero por la música de los ochenta y noventa y más tarde por el cine de barrio.
   De aquella época aun recuerdo cuantos tipos de payasos existen: el elegante Clown de gorro cónico y traje de destellos que capitaneaba el grupo, el melancólico y solitario Pierrot de luminoso vestido blanco y grandes botones negros,  el penoso y torpe Augusto de zapatos enormes y chaqueta de cuadros,  el desestabilizador  Excéntrico con sus soluciones descabelladas pero efectivas o el dramático Vagabundo y sus actos desesperados. Como Chaplin, Charlie River, Popov, Pipo o Gaby, Fofó y Miliki, autores del ¿Cómo están ustedes? cuyos ecos aun resuenan a quienes sobrepasamos el medio siglo. La atracción popular por los payasos elevó a los citados, y a muchos más, a la categoría de personalidad artística y al reconocimiento mundial. Hubo un tiempo en el que protagonizaban novelas, obras de teatro, películas e incluso óperas. Los que tenían espectáculo propio, solían hacer gala de una apreciable formación cultural y musical; la mayoría, los que trabajaban en los circos, eran ex acróbatas retirados del trapecio por la edad o las caídas, ambos conseguían la risa del público desde la ridiculización de sí mismos.
   Ahora y aquí, no. Ahora y aquí se ríen de nosotros. Ahora y aquí, asistimos a la revisión de la payasada, la que provoca lástima de país y vergüenza ajena, si Augusto chapurreara en un deficiente inglés y con tonito imbécil cuatro frases inconexas sobre los atractivos de Madrid es muy posible que le abucheasen; si Vagabundo se pusiese un pantalón ridículo para dar largas caminatas siendo consciente de que a cada paso que diese el paro aumentaría en cien personas, le tirarían tomates o puede que piedras;  y si Pierrot recuperase la voz e hiciese un monólogo en el que llamase delincuentes a los parados, la sala del teatro quedaría vacía.
    Reconozco que el último gag que he visto me ha dejado una sensación de tristeza insuperable y la intención de no prestar más atención a estas payasadas del circo público de la modernidad: un payaso sale de los juzgados acompañado de su abogado y absuelto de pagar una multa de doscientos euros por pintar una nariz de payaso a otro payaso al que, por obra y gracia de la sentencia del caso Malaya, sólo le han caído 150.000 Euros de multa. Estos dos payasos, el de los ciento cincuenta mil Euros  y el que presuntamente le pintó la nariz, montaron un partido político que cambiaba votos por platos de ducha y ahora son la segunda fuerza política en el ayuntamiento de Córdoba y la cuarta en la diputación, más que nada porque el plato de ducha es el pájaro en mano y la sociedad del bienestar el ciento volando. Cuando los dos payasos van a los plenos de ambas instituciones o, lo que es lo mismo, actúan en sus respectivas pistas centrales, hacen payasadas, juegan a que no se hablan, se citan a voces en los juzgados y se sorprenden por los pasillos provocándose mutuamente zancadillas y sustos de payaso de los de morirte de la risa, salvo que nadie ríe. Todo un circo al que los payasos que mandan en el ayuntamiento y en la diputación no quieren renunciar, más que nada por si en 2015 tienen que hacer ajustes en su circo particular y no tienen más remedio que recurrir y pedir ayuda a estos otros payasos sin gracia.
   Y no es que el plato de ducha no sea importante, que lo es. Lo que ocurre es que el plato de ducha ya va incluido en la defensa de los derechos a una vivienda digna, al trabajo, a la igualdad y a la educación y la sanidad universales.
   Pero estos payasos no se preocupan por nada de eso. Estos payasos se preocupan por la defensa de los constructores fulleros que influyen y pagan para cambiar normas que les permitan  construir donde ni deben ni pueden. Porque, según ellos, esos empresarios son los que generan riqueza y crean puestos de trabajo. Los mismos que decidieron hacerse empresarios fulleros al abrigo de la ley del suelo de Aznar, los mismos que provocaron la burbuja inmobiliaria que ha derivado en esta crisis que nos ha quitado el sueño y la sonrisa y nos ha traído el copago farmacéutico, el encarecimiento de las tasas universitarias, el gasto nulo en investigación, millones de parados, la congelación de las pensiones o los desahucios indiscriminados. Y ahí está otra vez el payaso, con los dientes apretados, la mirada perdida entre el bosque de micrófonos y la voz chillona: “¿Que dimita yoooo?, Dimite tuuuuu".
   Los payasos de ahora no hacen gracia, como mucho han conseguido que nos riamos de nosotros mismos para combatir la indignación. Personalmente, yo también  echo de menos a Fofó.

viernes, 14 de junio de 2013

Pistolerismo 2.0

A principios del siglo 20 irrumpió en la escena de los conflictos sociales el fenómeno del pistolerismo. Una subespecie terrorista en el sentido de imposición de tesis, ideológicas o de poder, mediante la comisión de actos de sangre y la consiguiente propaganda derivada del acto violento. El pistolerismo, del que hicieron uso tanto organizaciones sindicales de carácter radical como la burguesía empresarial de la época, se llevó por delante a más de doscientos trabajadores y a decenas de empresarios. Eduardo Mendoza lo retrató de manera notable en La verdad sobre el caso Savolta.
La prensa de la época, principalmente la catalana, guarecía entre sus páginas plumas de fortuna partidarios de unos y otros que aplaudían o condenaban las comisiones sangrientas dependiendo de quien fuera la víctima y quien el verdugo, además de arengar a propios y delatar, acosar y difamar a extraños. También de esto dan algunas pinceladas Mari Cruz Seoane y María Dolores Sanz en su tercer volumen de la Historia del periodismo en España. Afortunadamente, en este siglo XXI de contrastes, de la luz del conocimiento universal que nos libera y de la oscuridad de la miseria de la crisis económica que nos asfixia, ha desaparecido el dedo que aprieta el gatillo. Desgraciadamente no han corrido la misma suerte quienes alientan el acoso ni las plumas de fortuna que lo ejecutan.
Con métodos tradicionales como el rumor o con otros más modernos, propios de guerrilla de la comunicación, tergiversan, exageran y descontextualizan. Siembran insidias sobre gente honrada para impedir que puedan ganarse el sustento, pisotean reputaciones y, al fin, dejan a su paso un reguero de muertos.Tras el embozo del blog se esconde el perro que altera y miente a golpes romos de teclado; tras la esquina de los comentarios anónimos, el perro en primer lugar y después toda la pléyade de personajes descerebrados reales, y los ficticios que su enferma mente ha parido, para rematar en sentencias las órdenes que su dueño o dueña le ha dado.
Cuídate. La diferencia es, afortunadamente, la ausencia del disparo sordo en la callejuela, el cuerpo tendido en la acera y el reguero de sangre. Pero juegan a matar, si no la vida, sí la reputación, igual que aquellos otros. Hay noches en las que se reúnen varios perros y sus dueños y dueñas, y existe quien les ha oído, ebrios de odio, proferir el nombre de su próximo muerto. Hay quien dice que el último nombre que oyó fue el mío. Pues ya sabemos quiénes somos todos.

miércoles, 17 de agosto de 2011

¿La política es el problema?


El hombre famoso tiene la amargura de llevar el pecho frío y traspasado por linternas sordas que dirigen sobre ellos otros (Federico García Lorca). En el 75 aniversario de su asesinato.

No es posible que uno de los grandes problemas de este país sea la política. Pero ahí está. Para el 24% de la población española la política es el principal problema, superado tan sólo por el desempleo con un 81% y la situación económica por un 45%, esto según el barómetro del CIS del mes de Julio, que mimetiza los anteriores estudios del Centro Sociológico. Más llamativo aún, en la misma encuesta, es poder comprobar que el terrorismo y ETA tiene para un buen número de españoles menos importancia como problema, es verdad que tan sólo por unas décimas, que el gobierno del país.
Dos conversaciones para ilustrar la percepción que el ciudadano de a pié tiene de la política, la primera, vivida en primera persona, y la segunda, referida por una amiga, ilustran cual es la visión que el español de a pié tiene de la política y de los políticos. Me encontraba en una reunión habitual de amigos cuando sin venir a qué uno de ellos soltó que “en Italia, el 25% del presupuesto de cada obra pública iba a parar al bolsillo de los políticos que tienen que ver con la concesión de la obra mientras que en España esa cantidad se elevaba al 75%”. La afrimación es absolutamente surrealista dada la ferrea fiscalización a la que son sometidos los procesos adquisitivos a raiz de la nueva ley de contratos públicos y al hecho de que según la misma ley no participan políticos en los procesos de selección de ofertas. Me limité a preguntar cual era la rigurosa fuente que afirmaba tal cosa sin que mi interlocutor supiera responder. En el caso de mi amiga se encontraba también con unos conocidos hablando de la situación económica y la dureza con la que se hacía sentir en las economías familiares rusas, dado que una de las contertulias tenía esa nacionalidad. La conversación sobre la situación económica derivó en el problema de la corrupción y la rusa acabó espetándole a mi amiga, alcaldesa, “bueno tu tienes que saber de lo que hablo, tu debes conocer muchos corruptos por tu trabajo”.
La política, y los políticos, son un problema para la sociedad porque es la imagen que a los propios políticos les ha interesado dar de sí mismos en una pésima estrategia de acusar al adversario de todos los males posibles. Eso y que los presuntos casos de corrupción se defiendan con posiciones numantinas sin que deriven en dimisiones o rendiciones de cuentas.
Es lógico por tanto que la dramática situación que atraviesan muchos españoles les empuje a pensar que si los políticos son el problema habrá que buscar la solución. Pero resulta que la única solución posible sigue siendo la política.
Es loable el esfuerzo que realizan quienes participan en el movimiento 15M, a pesar de que el uso y abuso de las redes sociales, la presencia de demasiados ordenadores portátiles de última generación o de ropa de marca reste un punto de credibilidad al movimiento y les aleje de pertenecer al grupo de los desheredados por las entidades financieras, que son quienes lo están pasando realmente mal. Basten ver las enternecedoras, por pueriles, reivindicaciones de sus primeros comunicados. La mayor parte de esas medidas en favor de la transparencia y la honradez llevan años puestas en práctica en nuestro país.
Habitualmente, la población española conoce el 100% de las irregularidades que se producen en el ámbito de la política. No así en otros ámbitos como la judicatura, las fuerzas de seguridad o los sexadores de pollos. Y ello porque se trata de la actividad más autorregulada que existe en nuestro país y también es la más fiscalizada por la opinión pública a través de los medios de comunicación.
La percepción que la ciudadanía tiene de la política y de quienes se dedican a ella no deja de ser, por tanto, un problema de madurez de los propios políticos, que no llevan a cabo una labor pedadógica para explicar a qué se dedican, porqué no condenan y expulsan de sus respectivas filas a quienes delinquen y que difaman y acusan sin fundamento alguno cuando ello les puede reportar un beneficio electoral.
Hay una buena parte de las reivindicaciones del movimiento 15M que comparto plenamente y es la de dotar de mayor democracia interna a las organizaciones políticas, la elaboración de listas abiertas, la celebración de procesos congresuales ascendentes, la limitación de mandatos, la regulación de la relación del candidato con su cricunscripción, la celebración de primarias, la elaboración de censos de simpatizantes y le necesidad de llevar a cabo una profunda y rigurosa reforma de la Ley Electoral General.
Mientras todo esto llega, la espiral demagógica en la que estamos inmersos por parte de los grandes partidos propiciará que los peor preparados sean quienes accedan a los puestos más importantes de la administración o, peor aun, que sirva de caldo de cultivo para que el populismo preceda a otras situaciones aun más indeseables por las que nuestro país ya ha pasado.

lunes, 4 de abril de 2011

¿Quien fue Rajoy?


Anunciar Zapatero que no se presentará a la reelección en 2012 y que la prensa de la caverna comenzase a pedir elecciones anticipadas fue todo uno. No recuerdo si ya lo dijo previamente cuando se presentaba a la Secretaría General del PSOE o fue en su primera campaña electoral, pero recuerdo perfectamente que el entonces candidato a la presidencia del gobierno se mostraba partidario de  limitar a dos el número de mandatos presidenciales. Dicho esto, queda claro que mi sorpresa no se ha producido con el anuncio de Zapatero, sino cuando comprobé que en la reciente reforma de la Ley Electoral no aparecía una sola línea sobre el tema.
Imagino que en las hemerotecas de los medios quedará constancia de esa voluntad expresada por el ahora presidente cuando aun no lo era, ¿A qué viene entonces tanto dislate y aparato tipográfico por parte de los medios afines a Rajoy? Si llamativa fue la portada del periodiquito del pasado domingo pidiendo elecciones ya, no menos conmovedora fue la de la cabecera que dirige el sargento chusquero que desayuna chicharrones, según la visión de Jose María Izquierdo que comparto plenamente, y que en un ejercicio de incontenida alegría proclamó lo de “el individuo” se va ya.
Ya entre las hojas de las soflamas, desmenuzando algunas lindezas dedicadas al anuncio, más propias de discusiones tabernarias  que de ilustrados universitarios, descubro la columna de un conocido que mide la importancia del evento por la atención que su hija de dos años le presta y de cómo, afortunadamente para ella, no recordará cuando crezca quien fue Zapatero.
Y es posible que así sea. Es posible que sus hijos, como los míos olviden que Zapatero anunció que no se presentaría a la reelección porque no supo comandar una crisis. Y es posible que lo olviden porque la afirmación no es cierta. Porque ese no es más que el enunciado con el que nos hacen desayunar el periodiquito en el que él escribe y el resto de la caterva de la caverna a los que se les ha olvidado cuando se aceleró y porqué el precio de la vivienda en España.
Dentro de unos años, sus hijos y los míos aun vivirán en un país donde personas del mismo sexo podrán contraer matrimonio, donde a las mujeres les será posible tomar decisiones sobre su propio cuerpo y donde los mayores y dependientes tendrán una asistencia garantizada. Es posible que no recuerden quien fue Zapatero, pero seguro que se sentirán orgullosos y tranquilos de ser ciudadanos de un país que contará con un avanzado modelo de convivencia social.
Es posible, sólo posible, que para entonces este país todavía sufra, en la oposición o el gobierno, a una derecha trasnochada que confía más en la presión que sobre la sociedad ejerzan los medios y las profesiones corporativas afines que sus propuestas políticas. Es posible, solo posible, que la derecha moderna y europea, la de los reformistas y liberales que sacrificaron su proyecto a la unidad férrea que impuso un ex ministro franquista al final de la Transición, todavía no haya conseguido sobreponerse y elevar la voz por encima del murmullo con aliento de alcanfor de esta derecha total y carpetovetónica. Y  a pesar de todo ello es posible, solo posible, que para entonces ya nadie recuerde quienes fueron Arenas o Rajoy
 

lunes, 19 de abril de 2010

Un triste alcalde triste


He tenido ocasión de escuchar en varios, tal vez demasiados, actos al alcalde de Málaga, Francisco de la Torre, y he de reconocer que no es un hombre que levante precisamente pasiones con su palabra. Bien al contrario, su verbo es una extensión de esa especie de indolente hastío que habitualmente dibuja la expresión de su cara. Si la retórica de Francisco de la Torre destaca en algo es en el argumento permanente del agravio comparativo que las administraciones de ámbito superior infligen a Málaga respecto a otras ciudades andaluzas.
Durante los últimos años he sido testigo directo de cómo Málaga ha sido objeto de inversiones millonarias, provenientes tanto del gobierno central como de la administración autonómica, en todos los órdenes: rondas, autovías, puerto, aeropuerto, metro, playas, parque tecnológico, infraestructura turística o equipamientos culturales entre una lista que resultaría interminable detallar. En mi humilde opinión, Málaga se ha convertido en la capital del Sur de Europa en la que Pedro Aparicio creía y a la que aspiraba, y a la que, por contra, Francisco de la Torre, es incapaz de aprehender.
A pesar de todas esas inversiones, el actual alcalde de Málaga jamás se ha apeado de su tedioso discurso del agravio comparativo, mientras que, por contra, él no pasará precisamente a la historia por las aportaciones emblemáticas que haya podido hacer a la ciudad en sus diez años de alcalde ya. Sí es posible que pase a la historia por haber intentado derribar, al igual que antes hiciera su antecesora, algunos de los pilares de esta Málaga del siglo XXI que ya dejara enunciados Pedro Aparicio.
Afortunadamente, Málaga, evoluciona y se moderniza a pasos agigantados gracias a su gente, no a su alcalde. Málaga es una ciudad cosmopolita en la que se contienen las esencias clásicas de otros puertos del Mediterráneo, pero que a diferencia de éstos ha sabido componer las herramientas y los procesos necesarios para ser la protagonista de su propio futuro, con la audacia característica del carácter emprendedor de sus gentes, con el apoyo de las administraciones y con la complicidad de las demás ciudades andaluzas, para las que las potencialidades que pueda acumular Málaga siempre serán una fortaleza de las que poder obtener beneficios, nunca una debilidad.
Un cordobés de nacimiento y malagueño de corazón, al igual que yo aunque mucho más brillante, dijo en una ocasión que el gran problema de Málaga era la actitud quejumbrosa y acomplejada de algunos de sus dirigentes, una actitud que les impedía tener una visión ambiciosa de la ciudad y hacia donde debía ir.
No es que Málaga no se merezca ser la Capital Cultural de Europa en 2016, es que su alcalde carece de legitimidad para reclamar las posibles inversiones derivadas de la discriminación positiva que supondría la organización de un evento singular como la Capitalidad Cultural. Más que nada por el manido discurso del agravio comparativo y por el pesimismo que contagia.
Por lo demás sería feliz si cualquiera de las dos ciudades, Córdoba o Málaga, resultase designada Capital Europea de la Cultura en 2016. No podría ser de otra manera.

miércoles, 11 de noviembre de 2009

Necrológicas y hagiografías


Escribía hace pocos días Enric González en El País sobre la tradición del periodismo de necrológicas que existe en otros países como el Reino Unido. Hablaba en su artículo el redactor de la consideración que en la redacción tenían los autores que se dedican a este tipo de reseñas. En alguna ocasión ha caído en mis manos una necrológica audaz, escrita con humor, con ironía, con amor, con admiración y hasta con mala leche. En España, por regla general, siempre se escribe bien de los muertos y más que una necrológica, lo que a veces leemos son hagiografías.
Hace unos días me tropecé con una de esas hagiografías falsas como los billetes de 30 Euros. Hablaba de virtudes desconocidas por el individuo y de ocupaciones inexistentes, “colaborador de este periódico” decía, lo que no decía es que sus colaboraciones aparecían religiosamente en la época de la prensa del movimiento y que más recientemente esas “colaboraciones” no eran más que cartas al director que destilaban la moral casposa que los supervivientes del tardofranquismo católico tienen sobre los usos y costumbres de nuestros tiempos. También hablaba la hagiografía del don de gentes del fulano así como del esfuerzo y la entrega presentes a lo largo de toda su carrera profesional.
El fulano del que hablo pertenecía a la plantilla del colegio al que asistí cuando niño. Afirmar que fue mi maestro es un reconocimiento al que no me voy a prestar por lo gratuito de la afirmación. Era un tipo bajito, con bigote recortado, el pelo engomado sin raya y peinado hacia atrás, que andaba siempre muy deprisa con un paso corto, casi ridículo y una mala hostia de catálogo excepcional. Su máxima aspiración docente giraba en torno a inculcarnos aspectos biográficos de dos o tres personajes históricos o no, a saber: Don Pelayo, Guzmán el Bueno y el General Moscardó.
Este fulano se desesperaba cuando algún alumno no sabía contestar a la pregunta que le había formulado, así iba avanzando la clase y preguntando a un alumno tras otro. Hasta que llegaba un momento en el que su exasperación le hacía saltar de su sillón como si éste tuviese un resorte, abalanzándose sobre el tercer o cuarto alumno que no había podido responder. Le empujaba contra la pared, le abofeteaba y le gritaba como un energúmeno. En una ocasión empujó y tiró al suelo a uno de los niños pateándolo y gritándole “rojo de mierda”. Obviamente, incluso en 1973 era complicado que un niño de 10 u 11 años supiese lo que era un “rojo de mierda”, “hijo de roja” o cualquiera otra lindeza con la que solía increparnos Don Fulano.
Nunca hubo quejas de los padres. Tan sólo en una ocasión una madre se atrevió a plantarle cara a Don Fulano, que tuvo la desfachatez de responderle que el niño le había llamado hijo de puta. Falso como el mismo billete de 30 Euros.
Debo reconocer que me libré de aquél trato docente personalizado porque el miedo es un incentivo intelectual incomparable (recuerdo que me gané un sobresaliente a cuentas del episodio del oso que almorzó con Don Fabila, o quizás fue a Don Fabila). De lo que no me libraba era de una especie de gracia con la que nos obsequiaba las mañanas de invierno más frías y que consistía en golpearnos con una regla de madera sobre la yema de los dedos, para entrar en calor más que nada.
Unos años después, como quince o diecisiete, volví a encontrarme con el fulano. Esperaba en los pasillos del colegio a uno de los profesores con el que tenía que hablar en los veinte minutos de descanso. De pronto se abrió una puerta y Don Fulano salió empujando a un alumno de unos 10 años, le abofeteaba la nuca mientras el chico se protegía como podía. Conseguí apartarle del niño y discutimos, pero no lo denuncié.
Por omisión cometí una injusticia que todavía no he conseguido olvidar. Sobre todo porque cuando tenía 10 años habría agradecido que alguien hubiese denunciado al individuo. Aunque soy consciente de que la denuncia, la de mi época, no habría llegado a ninguna parte. Hay que tener en cuenta que aquello no era un colegio público, era un colegio nacional, conceptos totalmente diferentes. A pesar de que se trataba de los últimos años del franquismo, a las nueve de la mañana se rezaba en formación, los viernes a las cinco se cantaba el Cara al Sol y los sábados se iba a misa, también en formación. Con todo, lo peor de aquellos años fue el miedo con el que asistí al colegio durante los dos años en los que coincidí con Don Fulano.
La cultura mediterránea ha implantado, a lo largo de los siglos, una curiosa relación entre vivos y muertos: siempre me ha resultado llamativo el colorido con el que se celebra el día de los difuntos, una costumbre que en México ha alcanzado cotas delirantes y que Lowry retrató con todo detalle en “Bajo el volcán”, una de mis lecturas recurrentes.
Existen culturas en las que no se nombra a los muertos, otras en las que el color del luto es el blanco. En la cultura mediterránea, la máxima es que debe hablarse bien de los muertos, como decía antes.
A estas alturas tengo, en relación a este tema, dos cosas claras, una que hablar bien de los muertos hace más doloroso el recuerdo de las tropelías que cometieron cuando estaban vivos, la otra que hablar en sus justos términos de este muerto no hace que el pasado cambie, pero ayuda a restañar las cicatrices de los malos recuerdos que provocan las hagiografías inmerecidas.