Admitamos como han dicho Ferrándiz y Urquizu
(El Pais 13 de enero) que la causa del ascenso de Podemos, y en menor medida de
Ciudatans, es el rechazo de la ciudadanía al bipartidismo como principal
responsable de la corrupción y de la pésima gestión de la crisis. También debe
quedar sentado, según el mismo artículo, que ideológicamente, Podemos, se sitúa
en el 3'8 de la escala izquierda-derecha y es percibido por sus propios
votantes en el 2'9 (siendo el 0 la izquierda radical y el 10 la derecha radical).
Así como que sus mensajes recurrentes están caracterizados por las profecías
del fin de la casta y de las puertas giratorias, la implantación de
limitaciones de mandatos, la adopción de medidas de mayor transparencia por
parte de las instituciones y de los servidores públicos, el fin de los viajes
en clase VIP, y toda la retahila con la que nos teleadoctrinan desde los
púlpitos que el propio gobierno del PP y Arriola, el
estratega de cabecera, les ha propiciado.
La
gestión de la crisis por parte de los dos partidos mayoritarios que han
intentado combatirla desde el gobierno ha sido un tanto discrepante y de
resultados irregulares. El último gobierno de Zapatero apostó por el aumento
del gasto público mediante diversos programas de inversiones, sobre todo
municipales, que garantizaran tanto el empleo de los trabajadores provenientes
del sector de la construcción como la continuidad de las empresas de dicho
sector. Por contra Rajoy, previa acusación a su antecesor de despilfarrador,
puso en marcha unas férreas políticas de contención del gasto y se dispuso a
utilizar los fondos públicos para salvar a las entidades financieras,
reduciendo dicho gasto y, consecuentemente, la calidad de los derechos sociales
y de los servicios públicos.
Si
partimos de la percepción que los electores tienen de Podemos, debe intuirse,
porque saberlo es imposible, que sus tesis para gestionar la crisis estén más
cerca de los planteamientos de los socialistas que de los de la derecha. Sin
embargo, lejos de conseguir acabar con el bipartidismo, al posicionarse como
partido de izquierdas, lo que consigue es fragmentar el voto de izquierdas arrebatando
electorado al PSOE, fagocitando a
Izquierda Unida y consolidando el suelo electoral del PP, a pesar de las
barrabasadas que la derecha lleva perpetradas.
El
otro gran argumento contra los partidos mayoritarios es el de la corrupción y
las medidas que ambas estructuras han adoptado para combatirla. También en este
capítulo el saldo es favorable al PSOE que ha impedido que imputados en
procesos judiciales vayan siquiera en sus candidaturas. Por el contrario, en el
otro plato de la balanza, el Partido Popular, responde por plasma y a la
gallega a las acusaciones de su extesorero y a las evidencias periodísticas y
procesales de financiación ilegal.
El
modelo de Podemos es el de una estructura meritocrática en la que a sus bases o
a las corrientes críticas les resulta bastante complicado, si no imposible,
promocionar hasta alguna candidatura e incluso al vértice de la propia estructura
orgánica de la formación, copada por los padres y madres fundadores, personajes
curtidos, bendecidos y promocionados por los insufribles y ensordecedores
talk shows políticos que nos asolan los fines de semana. Frente a esto, los
partidos tradicionales ofrecen las suficientes garantías estatutarias y
reglamentarias para que cualquiera de sus miembros pueda ser elector o
elegible.
El
discurso de Podemos se balancea de manera inopinada desde la renta mínima universal
hasta el no reconocimiento de la deuda. Pero sólo algunos días. Los partidos
tradicionales elaboran programas y resoluciones en forma de contrato social con
la ciudadanía, sin letra pequeña y sin cambios de condiciones.
Hay
espabilados en los partidos tradicionales, incompetentes o vagos, pero en la
misma proporción en la que están presentes en otros ámbitos de la actividad
humana. No conozco a ninguno que se haya enriquecido con su actividad. Incluso
conozco a alguno que tras su paso por la política ha perdido el empleo del que
provenía o ha tenido que cerrar la pequeña empresa familiar. En la política
local no hay puertas giratorias. Hay gente decente dispuesta a quitarle horas
al sueño y a los suyos para trabajar por los demás.
Algunos
miembros de Podemos, un partido que tan solo cuenta con un puñado de
representantes en el Parlamento Europeo, hacen finos análisis políticos por los
que cobran honorarios gloriosos a gobiernos donde la gente vive con menos
libertades que en España; o son contratados por amiguetes titulares de
departamentos universitarios para elaborar informes sin que reúnan
conocimientos o méritos para ello; o sus empresas de comunicación disfrutan en
plena crisis de contratos millonarios para producir programas que supuestamente
se ven al otro lado de nuestras fronteras.
Además
de todo esto están las puertas giratorias de la universidad, un ámbito gremial
endogámico hasta límites insospechados, a donde volverán una vez hayan “salvado”
a la gente de los problemas que les han contado que tenían.
El
15M fue la excusa que les valió a estos jugadores de ventaja para conjugar en
primera persona del plural el hastío y el sufrimiento ajenos con la esperanza
de un futuro de diseño pergueñado en un departamento universitario. Pero no es verdad.
Ellos no son los desheredados de la tierra ni quienes soportan el sufrimiento o
la presión de las hipotecas. Ellos visitan países del cono sur y universidades
europeas y han estudiado con las becas que les ha proporcionado el mismo
sistema que ahora critican. Vestirán en Alcampo, pero no saben lo que es pagar
a plazos, pedir ropa usada o comer de la generosidad de sus vecinos.
Con
todo, lo peor es la tremenda paradoja de su razón de ser. Imaginemos que el
equipo más reputado de la universidad de medicina mas prestigiosa de este país
plantea que el consumo de tabaco en la habitación de un enfermo de bronquitis
ayuda a eliminar las bacterias y que la mejor forma de combatir el dolor de
cabeza es rezar tres avemarías sin respirar. Pues eso, un puñado de
profesores de ciencias políticas diciendo que la solución a todos los males que
padecemos es la meritocracia populista que propugnan.
Pena de universidad y de país.
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