martes, 31 de enero de 2012

In memoriam


A veces se producen hechos singulares, al margen de las chorradas entrecomilladas al político local de medio pelo y que habitualmente aparecen en la prensa sobre la Copa Davis, sobre si defiende más o menos al comercio local, sobre si es o no partidario de peatonalizar la calle principal del pueblo, sobre el escaso grado de cordobesismo del adversario o sobre la deslealtad de sus acciones para esta Córdoba de nuestras entrañas. Al margen digo de todo eso, a veces, se producen hechos que te reconcilian con la política, con los políticos, con las instituciones. Que me reconcilian conmigo mismo y con lo que hago aquí. Esta mañana once alcaldes de tres partidos políticos diferentes se han puesto de acuerdo en la defensa de un interés común y en la de un puñado de trabajadores. Por eso estoy en política porque creo que es la única forma posible de solucionar los problemas de la sociedad, argumentando, negociando, dialogando y articulando las decisiones adoptadas.
Soy de izquierdas por trayectoria personal y no sé si incluso por motivos genéticos el caso es que aquí siempre ha habido dos clases de gente y entonces yo ya era de la clase de los pobres. Mi interés por la cosa pública me sobrevino porque en mi casa, a veces también, había dificultad para pagar el recibo del agua, 150 pesetas creo. Sé que es un principio que debería hacerme mirar, pero desde entonces me preocupa enormemente como y en qué se gastan las putas 150 pesetas. Más tarde hice campaña en contra de la OTAN y conforme participaba en actos iba entendiendo que no es posible cambiar el mundo en solitario sino que tienes que aliarte con otros y que esas alianzas suelen implicar un coste que hay que entregar siempre que el fin último compense las cesiones previas.
Más tarde asistí a una conferencia sobre la Institución de Libre Enseñanza que Carlos Castilla del Pino pronunció en el Salón de Plenos del ayuntamiento de La Rambla. Otro día, en la Casa del Inca de Montilla asistí a otra conferencia, esta vez era Joaquín Martínez Bjorkman que hacía un apasionado recorrido por los últimos meses de vida de Julián Besteiro. Si la memoria no me traiciona, hace ya más de 25 años de aquello, al final de aquél acto se me acercó uno de los organizadores, Joaquín Casado. La UGT iba a comarcalizarse, los sindicalistas de Montilla pensaban que la sede de la UGT comarcal debía estar en Montilla y pensaron también que yo les podía echar una mano. Había argumentos históricos, Palop Segovia, Zafra Contreras, la Parra Productiva y la propia Casa del Pueblo de Montilla. Y me puse manos a la obra.
Joaquín Casado, Rosa Navarro, Pepe Domínguez, Paco Pulido, Paco Falder, Leonardo Espejo, Luis de la Rosa o Paco Barranco fueron algunos de los montillanos que tan sólo unos meses antes habían recorrido toda la campiña constituyendo estructuras locales del sindicato. Su ayuda y la de Jose Luis Casas, que entonces preparaba un libro sobre los artículos publicados en prensa por Zafra Contreras me bastaron para hilvanar la argumentación en defensa de la sede de la estructura comarcal. Para culminar las cuestiones previas, Joaquín Casado se encargó de tramitar mi afiliación a la UGT.
El día de la Asamblea constituyente me había preparado la intervención como un opositor que debe rendir cuentas ante el tribunal calificador. Montilla fue la única agrupación que defendió su candidatura. Mi entusiasmo solo fue comparable a la profunda decepción que supuso que la sede acabase en otra ciudad. Al final del acto Joaquín me invitó a una copa de vino en el Bar de Zambombilla y me explicó la primera regla de oro, la política es una cuestión de aritmética, y en ocasiones, la solidez de la pasión, de los sentimientos, de los ideales y de las convicciones, de la razón en definitiva no son suficientes. En ocasiones, me dijo, es necesario seguir las reglas del juego para poder cambiarlas. Unos días después pedía la baja en UGT, en la que no he vuelto a militar, y solicitaba mi ingreso en el PSOE. Joaquín Casado era un hombre alegre, un líder social entonces. Miembro de la asociación cultural más dinámica de la ciudad, caranavalero, feriante, católico y, sobre todo, ugetista. Artífice de un buen proyecto empresarial que no triunfó, posiblemente, porque otra crisis lo cercenó cuando apenas empezaba a despegar. En los últimos años a Joaquín Casado se le llenaban los ojos de lágrimas con mucha frecuencia, quiero pensar que de rabia por no haber podido vencer a la aritmética.
Joaquín Casado murió la víspera del congresillo cordobés preparatorio del 38 Congreso Federal. Esa víspera la pasé repasando las enmiendas que había preparado sobre el modelo de partido y el proyecto de estatutos de la ponencia marco que se debatiría al día siguiente en un Congreso al que asistía como mero invitado. Sigo sin aprender la regla de oro.
En esta temporada convulsa que vive el PSOE, los mercenarios y los oportunistas tienen la desfachatez de hablar de honradez y transparencia, los que están por las lentejas (de 70.000 Euros, oiga) hablan de ideas, los recién llegados hablan de valores históricos y los viejos dinosaurios de la obligada regeneración pendiente (siempre que ellos sigan en el candelero, claro está). En estos tiempos convulsos digo, me pareció paradójico que mientras tenía lugar el debate sobre el modelo de partido y los estatutos, los que hablan de ideas, de valores, de honradez, de transparencia y de regeneración evolucionaban por los pasillos en grupos cuchicheantes pergueñando y amasando la aritmética del resultado.
Me fui a la barra, le pedí al tabernero un medio y lo bebí de un trago a la memoria de Joaquín y de todos los Joaquines, de mí mismo incluso. Si eso, ya quedamos un día.