Me divertían los payasos. El sábado por la tarde y en
horario de máxima audiencia emitían mi programa favorito. Al igual que yo,
millones de niños de este país se sentaban frente al televisor, absortos como
posesos, mirando la única cadena de televisión que emitía a principio de los 70.
Pero el espacio de aquellos payasos de larga camisola roja,
zapatos grandes y los guantes y el humor blancos como el pensamiento de quien
nunca ofende, hace tiempo que fue desplazado primero por la música de los ochenta
y noventa y más tarde por el cine de barrio.
De aquella época aun recuerdo cuantos tipos de payasos existen:
el elegante Clown de gorro cónico y traje de destellos que capitaneaba el
grupo, el melancólico y solitario Pierrot de luminoso vestido blanco y grandes
botones negros, el penoso y torpe
Augusto de zapatos enormes y chaqueta de cuadros, el desestabilizador Excéntrico con sus soluciones descabelladas
pero efectivas o el dramático Vagabundo y sus actos desesperados. Como Chaplin,
Charlie River, Popov, Pipo o Gaby, Fofó y Miliki, autores del ¿Cómo están
ustedes? cuyos ecos aun resuenan a quienes sobrepasamos el medio siglo. La
atracción popular por los payasos elevó a los citados, y a muchos más, a la
categoría de personalidad artística y al reconocimiento mundial. Hubo un tiempo
en el que protagonizaban novelas, obras de teatro, películas e incluso óperas. Los
que tenían espectáculo propio, solían hacer gala de una apreciable formación
cultural y musical; la mayoría, los que trabajaban en los circos, eran ex
acróbatas retirados del trapecio por la edad o las caídas, ambos conseguían la
risa del público desde la ridiculización de sí mismos.
Ahora y aquí, no. Ahora y aquí se ríen de nosotros. Ahora y
aquí, asistimos a la revisión de la payasada, la que provoca lástima de país y vergüenza
ajena, si Augusto chapurreara en un deficiente inglés y con tonito imbécil
cuatro frases inconexas sobre los atractivos de Madrid es muy posible que le
abucheasen; si Vagabundo se pusiese un pantalón ridículo para dar largas
caminatas siendo consciente de que a cada paso que diese el paro aumentaría en
cien personas, le tirarían tomates o puede que piedras; y si Pierrot recuperase la voz e hiciese un
monólogo en el que llamase delincuentes a los parados, la sala del teatro
quedaría vacía.
Reconozco que el
último gag que he visto me ha dejado una sensación de tristeza insuperable y la
intención de no prestar más atención a estas payasadas del circo público de la
modernidad: un payaso sale de los juzgados acompañado de su abogado y absuelto
de pagar una multa de doscientos euros por pintar una nariz de payaso a otro
payaso al que, por obra y gracia de la sentencia del caso Malaya, sólo le han caído
150.000 Euros de multa. Estos dos payasos, el de los ciento cincuenta mil Euros
y el que presuntamente le pintó la nariz,
montaron un partido político que cambiaba votos por platos de ducha y ahora son
la segunda fuerza política en el ayuntamiento de Córdoba y la cuarta en la
diputación, más que nada porque el plato de ducha es el pájaro en mano y la
sociedad del bienestar el ciento volando. Cuando los dos payasos van a los
plenos de ambas instituciones o, lo que es lo mismo, actúan en sus respectivas
pistas centrales, hacen payasadas, juegan a que no se hablan, se citan a voces
en los juzgados y se sorprenden por los pasillos provocándose mutuamente zancadillas
y sustos de payaso de los de morirte de la risa, salvo que nadie ríe. Todo un
circo al que los payasos que mandan en el ayuntamiento y en la diputación no
quieren renunciar, más que nada por si en 2015 tienen que hacer ajustes en su
circo particular y no tienen más remedio que recurrir y pedir ayuda a estos
otros payasos sin gracia.
Y no es que el plato de ducha no sea importante, que lo es.
Lo que ocurre es que el plato de ducha ya va incluido en la defensa de los
derechos a una vivienda digna, al trabajo, a la igualdad y a la educación y la
sanidad universales.
Pero estos payasos no se preocupan por nada de eso. Estos payasos se preocupan por la defensa de los constructores fulleros que influyen y pagan para cambiar normas que les permitan construir donde ni deben ni pueden. Porque, según ellos, esos empresarios son los que generan riqueza y crean puestos de trabajo. Los mismos que decidieron hacerse empresarios fulleros al abrigo de la ley del suelo de Aznar, los mismos que provocaron la burbuja inmobiliaria que ha derivado en esta crisis que nos ha quitado el sueño y la sonrisa y nos ha traído el copago farmacéutico, el encarecimiento de las tasas universitarias, el gasto nulo en investigación, millones de parados, la congelación de las pensiones o los desahucios indiscriminados. Y ahí está otra vez el payaso, con los dientes apretados, la mirada perdida entre el bosque de micrófonos y la voz chillona: “¿Que dimita yoooo?, Dimite tuuuuu".
Los payasos de ahora no hacen gracia, como mucho han conseguido que nos riamos de nosotros mismos para combatir la indignación. Personalmente, yo también echo de menos a Fofó.
Pero estos payasos no se preocupan por nada de eso. Estos payasos se preocupan por la defensa de los constructores fulleros que influyen y pagan para cambiar normas que les permitan construir donde ni deben ni pueden. Porque, según ellos, esos empresarios son los que generan riqueza y crean puestos de trabajo. Los mismos que decidieron hacerse empresarios fulleros al abrigo de la ley del suelo de Aznar, los mismos que provocaron la burbuja inmobiliaria que ha derivado en esta crisis que nos ha quitado el sueño y la sonrisa y nos ha traído el copago farmacéutico, el encarecimiento de las tasas universitarias, el gasto nulo en investigación, millones de parados, la congelación de las pensiones o los desahucios indiscriminados. Y ahí está otra vez el payaso, con los dientes apretados, la mirada perdida entre el bosque de micrófonos y la voz chillona: “¿Que dimita yoooo?, Dimite tuuuuu".
Los payasos de ahora no hacen gracia, como mucho han conseguido que nos riamos de nosotros mismos para combatir la indignación. Personalmente, yo también echo de menos a Fofó.
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