De
pequeñito, sus profesores y compañeros decían de él que era un “plasmarote”.
“Marianito que la manteca no se asa”, y Mariano se quedaba con los ojos muy
abiertos y la boca también escuchando como le recriminaban sus ramplonas
fechorías, eso sí, como quien escucha llover. Y es que Mariano nunca fue niño
de poner zancadillas, levantar faldas, pintar en las fachadas o llamar a los
timbres. Eso se lo dejaba a su amiguito José Mari, que iba por ahí dejando
mesas perdidas de poner los pies encima o que le hacía la peineta
inopinadamente a cualquiera que osara mirarlo siquiera.
A
Mariano, cuando le reñían, le gustaba esconderse detrás del televisor. Es como
si se escondiera detrás de un universo inalcanzable a los reproches, hasta allí
no podían llegar las reprimendas. Definitivamente. Entonces era cuando más desesperaba
a su entorno. Pero que nene más “plasmado”, sentenciaban hasta sus propios
compañeros de clase.
Con
el tiempo su amiguito José Mari llegó a ser delegado de curso, a pesar de que
nunca dejó de hacer la peseta, de poner los pies sobre la mesa y de mentir más
que hablaba. Algo que estaba muy mal visto, tratándose como se trataba de un
colegio de pago. De tal forma que un día, hartos de sus gamberradas y sus
mentiras, se reunieron todos los amiguitos y convencieron a José Mari para que
dejase en su puesto de delegado de curso a otro de los amiguitos. El caso es
que nadie esperaba que José Mari señalase a Marianito. Pero también es cierto
que Marianito había tenido ya grandes responsabilidades.
Como
aquella vez que se hundió en la fuente del patio del colegio una botella con el
aceite de los desayunos y lo dejó todo perdido. Cómo él era el responsable de las
cosas que se hundían en la fuente, fueron a buscarlo a su aula y lo encontraron
escondido detrás del televisor que había para las clases de biología: “Mariano
sal de ahí, te llevas este chubasquero y me limpias todo lo que ha ensuciado el
aceite”, le dijo José Marí. “El chubashquero no, que luego me shacan
chishtesh”. “Que chistes ni que chorradas son esas, te pones el chubasquero y
te vas a limpiar, y vocaliza bien, coño, que parece mentira que tengas la edad
que tienes”. “Esh que luego losh niñosh me diran que parezco un capullo, con el
condón y todo”. Y la gracia que tenía Marinito explicando lo del aceite cuando
volvió de limpiar, “esh que a esha profundidá se le eshtan shaliendo unosh hilillosh
como de plashtilina”. Y aquello era el despiporre. como daban puñetazos en el
suelo con lagrimas en los ojos del ataque de risa. Los demás compañeros
obligaban a Marianito a repetir una y otra vez lo de la “plashtilina”, de la
gracia que tenía el jodio.
El
caso es que nombraron a Marianito delegado. No sin antes aprobar un examen que
le hicieron sus propios compañeros:
-
¿Que piensas de
Alfredito, el de 4º A?
-
Esh muy malo y un inshidiosho y además cuando shu amigo Joshe
Luish fue delegado dijo a los profeshoresh que había que comprar pizarrash
nuevash y que había que hacer másh pishtahs deportivash, y she gashtaron todo
el dinero del cole.
-
Muy bien. ¿Qué harás tú cuando seas delegado?
-
No habrá clashesh en catalán y el botiquín deshaparecerá porque
ehs un gashto inútil.
-
Pero tendrás que explicarle todo eso a los demás niños, que
eliminaremos el botiquín para que se puedan curar mejor las heridas que se
produzcan, que desaparecerán las pizarras para que se puedan entender mejor las
explicaciones de los profesores y que ya no se impartirán idiomas para que
seamos más tolerantes y perfeccionemos el castellano, no como tú que mira que
mal vocalizas.
-
Vale, pero shi tengo que hablar con losh niñosh quiero una tele
para salir en ella y dirigirme a ellosh.
-
Mariano, eso es otra chorrada.
-
Puesh entoncesh no quiero sher delegado.
-
Bueno vale, te regalaremos una tele.
Todo iba bien, hasta que se descubrió que
Luisito, el encargado de la recaudación para la excursión de fin de curso había
estado comprando chucherías con el dinero del viaje. Luisito se había hecho
amigo del encargado de los suministros del colegio. De esta forma, Luisito empezó
a conseguir grandes donativos para la excursión. A cambio, conseguía
que la papelería de su amigo suministrara cada vez más cosas al colegio. Alfredito
el de 4º se enfadó muchísimo cuando se enteró y quería que Marianito dimitiera
por no haber controlado aquello, a fin de cuentas Marianito era el responsable
último de todo lo concerniente a las recaudaciones para la excursión. Entonces apareció en el tablón del
cole, pinchada con una chincheta, una hoja del cuaderno de Luisito donde decía
que Marianito también había comido chucherías compradas con el dinero de la
excursión.
Cuando la directora del colegio se enteró se
enfadó muchísimo y quiso expulsar a todo el que tuviese algún tipo de
implicación en el feo asunto de las chucherías. Así que llamó primero a Luisito
y después a Mariano y a la subdelegada de 4º B.
-
Esho esh otra inshidia de Alfredito el de 4º A. y ellosh han
hecho coshash peoresh. Que todavía me acuerdo como deshpilfarraba lash tizash
Joshe Luish.
-
Todo eso está muy bien, pero vas a tener que explicarlo, Mariano.
Le dijo Sorayita, la subdelegada.
-
No piensho ceder a un chantaje tan burdo como eshte. Esh
absholutamente falsho. Ni shiquiera conozco a Luishito.
Pero en esto empezaron a circular por todo el
colegio los mensajes de Mariano enviados al móvil de Luisito sólo unos días
antes:
-
Luish, eshtate tranquilo que todo she va a arreglar, y no te
olvidesh de losh chuchesh
-
Luishito,
cabroncete, ten paciencia. Los chuchesh eshtaban muy ricosh.
Luisito, harto de que Mariano le diera largas le contó a la
directora que todos sus amiguitos habían comido chuches, como Mari Loli,
Javierito y el propio Mariano; Además como la papelería del amigo de Lusito tenía
mucho interés en que Mariano siguiese siendo delegado habían regalado más
chuches a otros niños para que votaran por él. Pero también se descubrió que se
había suministrado menos papel que el que aparecía en las facturas.
***
Y colorín colorado, este cuento que tiene puñetera la gracia
aun no se ha acabado. Si la fábula anterior fuese cierta y su hijo o el mío
fuesen Luisito o Marianito hace tiempo que los habrían expulsado del colegio. Y
lo peor de todo es que estamos creando el modelo propicio para que dentro de
unos años, cuando Lusito y Marianito crezcan, no tengan nada de qué
avergonzarse; e incluso lleguen a ser hombres de provecho plenamente integrados
en una estructura de perfectos sinvergüenzas.
Lo que pasa en este país es demasiado serio como para bromear
con ello. Cada vez que un político ha dicho que no se sentía concernido, a la
sociedad se le ha ido encalleciendo la moral de tal forma que ya está instalada
en la indolencia. La vida pública debe volver
a ser la referencia del modelo de comportamiento en el que se refleje la
sociedad. De lo contrario cualquier herramienta de participación, de profundización
en la democracia y de mayor relación entre representantes y representados no
será más que un esperpento. Porque frente a la indolencia hay todo un ejército
de incompetentes, mediocres y mercenarios dispuestos a seguir sacando partido y
proponer que Chiquilicuatre sea presidente del gobierno.
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