Fue mi
buen amigo y vecino de columna Curro Flores quien me presentó a Pedro Aparicio
en el edificio de usos múltiples del puerto de Málaga, una tarde de otoño en la
que la intensidad del aroma del mar
debía llegar hasta Despeñaperros. Asistíamos a una conferencia de la franco-andaluza
Anne Hidalgo, entonces concejala y ahora alcaldesa del Ayuntamiento de Paris,
la antesala de la presidencia de la república francesa. Curro Flores tiene entre
sus defectos el haber hecho del cultivo de la amistad casi una religión y entre
sus virtudes la de señalar las estupideces con el dedo. Además de hacer la
mejor ensalada de canónigos que jamás haya probado. Curro tuvo un paso por el
ayuntamiento de Málaga un tanto complicado, le tocó ser concejal de cultura con
un alcalde que soñaba con transformar Málaga a través de la Cultura. Y aun así,
en términos taurinos, hizo una faena de mucho mérito y aun tuvo recursos para
resolver y adornar con mucho arte y oficio algunas faenas ajenas.
De
aquel encuentro recuerdo la presentación de Curro “este es Pepe del Arco, de
Córdoba”, “de Montilla”, maticé yo. “¿Y que hace en Málaga Pepe del Arco de
Montilla?”, espetó Pedro con su aterciopelado vozarrón de barítono; y
rápidamente la conversación, o el monólogo de Pedro, corto pero intenso, pasó
por la necesaria vuelta que necesitaban las diputaciones y de ahí a la
construcción de Europa, su pasión de entonces. Pedro Aparicio envolvía con su
voz. Era imposible rechistar, matizar u opinar. En el momento en que Pedro
hablaba todo el ruido del entorno desaparecía, solo existía la hipnótica voz de
Pedro. Era difícil no enamorarse de la voz de Pedro.
En las
tardes en las que Curro me llamaba para dar un paseo y hablar de política tuve
oportunidad de comprobar el afecto y la admiración que Curro siente por Pedro.
De hecho conocí a Pedro más por las continuas referencias de Curro que por las
veces en las que tuve la oportunidad de hablar con él, apenas tres o cuatro
ocasiones antes de algún acto en el que coincidimos. Todo esto ocurrió hace
trece años.
Pedro
Aparicio fue un alcalde visionario que se refería a Málaga, con la expresión
que él mismo acuñó, como la Capital del Sur de Europa, que entendió como nadie
y antes que ningún otro alcalde que la cultura también puede ser una
herramienta para el desarrollo de las ciudades; que soñaba con integrar el
puerto en la ciudad y recuperarlo para los malagueños. Málaga dejó de ser la
capital de su provincia para convertirse en una ciudad cosmopolita, europea y
moderna como el alcalde que la soñaba.
Melómano
y lector empedernido, culto, educado y humanista, impulsó el Parque Tecnológico
de Málaga y sembró el germen del Museo Picasso. Abominaba del discurso cateto
del agravio comparativo de los alcaldes y alcaldesas que lo han sido desde que
él saliese por la puerta de la Casona del Parque en mayo del 95. Aparicio era
cirujano, pero su mayor logro como doctor y como político fue sentar a Málaga
en el diván, psicoanalizarla y recetarle una buena dosis de autoestima.
Pero
desde entonces los alcaldes y alcaldesas que después de Pedro lo han sido no
han hecho más que intentar devolver sus complejos y sus traumas a Málaga,
porque bien mirado cuesta menos esfuerzo intelectual y, de paso, arroja mayores
beneficios electorales.
Por los
mismos meses en que lo conocí personalmente, otro amigo, José María de Loma, le
hacía una entrevista en La Opinión de Málaga en la que hablaba de todas estas
cosas. Decía cosas como que una característica de Málaga era estar poco atenta
a ella, que el localismo que hace discurso del agravio resultaba odioso o que
el futuro de Málaga giraba en torno a la tecnología, la cultura y el turismo.
Esta mañana
el vozarrón aterciopelado de Pedro se ha apagado. Que tengas un buen viaje y
que los dioses te sean propicios.
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