no lo ha podido el saber,
ni el más claro proceder,
ni el más ancho pensamiento
ni el más claro proceder,
ni el más ancho pensamiento
Violeta Parra (Volver a los 17)
Marco Tulio
Cicerón en su Commentariolum Petitionis,
o breviario de campaña electoral, y más tarde Maquiavelo en su Príncipe, ya dan algunas pistas de cómo
construir el relato, como vestir las decisiones del gobernante para contar con
la aprobación de la ciudadanía. Goebbels ya en el siglo pasado llevó aquellos
orígenes de la estrategia política a límites tan delirantes como perjudiciales
para la salud de la raza humana, adoptando técnicas de manipulación que aún
están vigentes en la actualidad. La irrupción de la televisión, con la cultura
audiovisual, y de su mano la publicidad nos hizo ver que ya no consumíamos un
jarabe negruzco y con gas, aquello era la chispa de la vida, que más que
tampones lo que compramos es libertad, que los bancos dan forma a los sueños o
que el precio de un coche es la expresión del nivel de éxito que hemos
alcanzado en la vida.
Resultaría un
poco tedioso explicarlo, pero en resumen fue así como fue evolucionó la comunicación
política. Mientras unos estrategas defendían la credibilidad, la ideología, los
valores sociales y el bienestar de la ciudadanía; otros hicieron religión de
que el fin justifica los medios y echaron mano de las técnicas de manipulación
y de cualquier artimaña que la tecnología pusiese a su alcance para influir en
los sentimientos de la ciudadanía. Evidentemente, los hechos demuestran que
ganaron los segundos. Ya lo dice la canción, “lo que puede el sentimiento no lo
puede el saber”.
Por otra
parte, si en estos momentos hay un problema en este país es el de la mala
educación y tanto los miembros del gobierno de la nación como los del Govern
Catalán se superan a diario en demostrarnos cuál de los dos siente menos
respeto por una ciudadanía a la que ambos deberían proteger. La falta de
respeto al que piensa de manera diferente y la inobservancia de unas mínimas
formas de decoro y buen comportamiento nos han traído al laberinto en el que
nos encontramos y del que será difícil salir sin desandar lo andado por la
acción de unos y la inacción de otros. Alguien ha dicho que la política sirve
para resolver los problemas de la sociedad, y sin embargo en estos últimos
tiempos parece haberse olvidado esa premisa y la situación sea más bien la
contraria.
Se vuelve
complicado explicar el incremento del sentimiento independentista catalán (de un
11 a un 48% en los últimos años). Sin embargo no es tan complicado entender que
sus consecuencias benefician electoralmente a los partidos independentistas en
Cataluña y al Partido Popular en el resto de España. Lo que explica esa acción
e inacción de los principales actores de una ópera bufa que, de no mejorar el
libreto, tiene posibilidades de acabar en tragedia.
La acción de
los unos, concretada en el diseño de una sutil estrategia en la que se han
combinado un pacto de gobierno imposible entre independentistas de diferente
pelaje ideológico, la construcción de un relato histórico y social cimentado
sobre falsedades (como puede leerse en El País de 24 de septiembre de 2017) y una
gran dosis de manipulación mediante técnicas de psicología social han
propiciado el crecimiento hasta límites
insospechados del sentimiento independentista catalán. Y todo ello ideado y
diseñado con técnicas más cercanas a Goebbels
que a los principios de Valentí Almirall.
Ocurre también
que en el territorio de los sentimientos no hay leyes ni jueces; no es de
aplicación el 155 de la Constitución y no pueden ser reprimidos con tanquetas
de agua o con porras. Porque los jueces, las leyes y las porras, lejos de
eliminar los sentimientos, los arraigan aún más. Y en Cataluña hay miles de
personas entre los que se ha extendido el sentimiento independentista como la
hiedra de la canción. Pero es todavía más grave, el 1 de octubre no cometían
ningún delito quienes iban a votar, los cometieron quienes convocaron el
referéndum. Y ninguno de los convocantes, los ideólogos o los estrategas fue
aporreado, golpeado o disparado con balas de goma.
En su libro
Contra el populismo, uno de los ideólogos de cabecera del PP, Jose María Lasalle, con acierto interesado describe
algunas de las causas del auge de los populismos en Europa, esbozando también
algunas de sus técnicas. Lo que apunta a que el gobierno es plenamente
consciente de que esta batalla se libra en el territorio de los sentimientos y
que las armas con que se pelea son comunicativas. Luego, si son conscientes de
todo ello y no actúan en consecuencia es porque el rendimiento electoral en el
resto de España, les compensa los daños colaterales en Cataluña. Aunque las
portadas de los medios internacionales del 2 de octubre supusiese un balón de
oxígeno para Puigdemont y su tropa.
También pisotearon
varios derechos constitucionales los responsables del maltrato que sufrieron
los ciudadanos el 1 de octubre: el ministro del interior, el secretario de
estado de seguridad y el delegado del gobierno en Cataluña. Y bien harían los
dinosaurios socialistas en defender con firmeza la democracia denunciando las
ilegalidades cometidas en este proceso por los gobernantes, todos, los
catalanes y los del gobierno de la nación y no denunciando la ilegalidad de
unos y poniéndose de perfil ante la agresión de los otros. Siempre había pensado
que uno de los valores del socialismo era la fraternidad universal y no la defensa
de banderas o de líneas fronterizas, tan volubles ellas. Ahora resulta que nos
movemos en la esquizofrenia que va de la plurinacionalidad a la defensa de un
gobierno que también transgrede la norma para imponer el orden público. Perdónenme
pero todo ello contrasta con la condena a un mendigo, por un juzgado
barcelonés, a un año de cárcel por robar un pan. Ahora definan Justicia.
Ha habido manipulación;
se están valorando los costes electorales de puestas de perfil, equidistancias,
aplicación del artículo 155. Hay empresas saliendo de Cataluña y es posible que
alguna de ellas salga de España. Pero sobre todas esas consecuencias de este
aquelarre de la razón, la peor de todas es que la gente está empezando a sufrir
y a tener miedo. Tienen miedo los que no creen en las banderas, los catalanistas,
los mayores que no salen de sus casas desde el 1 de octubre en Barcelona (y
conozco a alguno) y tenemos miedo los que asistimos atónitos al espectáculo que
están dando unos gobernantes desvergonzados y maleducados incapaces de sentir
el más mínimo respeto, ni tan siquiera, hacia sus propios votantes.
En un mundo
cada vez más globalizado, en el que las tecnologías de la información han
eliminado tiempos, distancias y fronteras y en el que se está produciendo la
mayor revolución incruenta en torno al conocimiento, el nacionalismo excluyente
capaz de imponerse por encima de garantías individuales y de derechos
colectivos carece de sentido. La obcecación en su imposición mediante el
quebranto torticero y fraudulento de las mínimas normas de convivencia es la
muestra más palpable del catetismo más casposo y rancio del que este país suele
hacer gala esporádica y cíclicamente. Eduardo Mendoza lo ha dicho
magistralmente, “el amor a la comunidad a la que uno pertenece y el cuidado de
los intereses materiales y culturales de esa comunidad no se articulan hoy en
día por medio del nacionalismo”.
Pero no parece
que se vaya a seguir el camino de la razón, más bien al contrario. Lo más
probable es que los sentimientos los acaben gestionando los más radicales de
ambos bandos. De imponerse el camino de la razón tan sólo cabría una solución,
la convocatoria de elecciones anticipadas en Cataluña e, inmediatamente, en
España. Resetearlo todo para comenzar de cero.
Personalmente,
no reconozco dios, bandera o patria, pero respeto profundamente a quienes los
reconocen y ese reconocimiento les compromete a preocuparse por los demás. Pertenezco
a una de las últimas generaciones a las que el estado arrebató un año de
libertad y puso un arma en sus manos para formarlas en la defensa de la patria.
No se si es por eso que a estas alturas de mi vida solo me siento atado al
territorio de quienes amo y no reconozco más bandera que la de los sentimientos
de esas mismas personas; para que se entienda, no soy de la patria de mis
mayores si no del amor que aún siento de ellos y de los que me rodean. Lo demás
casi que es todo circunstancial. Y me molestan profundamente los radicales, los
incompetentes y quienes les protegen y justifican. Y tengo miedo, porque quienes nos gobiernan nos han perdido
el respeto.
Vale