jueves, 25 de septiembre de 2014

La voz de Pedro

Fue mi buen amigo y vecino de columna Curro Flores quien me presentó a Pedro Aparicio en el edificio de usos múltiples del puerto de Málaga, una tarde de otoño en la que la intensidad del  aroma del mar debía llegar hasta Despeñaperros. Asistíamos a una conferencia de la franco-andaluza Anne Hidalgo, entonces concejala y ahora alcaldesa del Ayuntamiento de Paris, la antesala de la presidencia de la república francesa. Curro Flores tiene entre sus defectos el haber hecho del cultivo de la amistad casi una religión y entre sus virtudes la de señalar las estupideces con el dedo. Además de hacer la mejor ensalada de canónigos que jamás haya probado. Curro tuvo un paso por el ayuntamiento de Málaga un tanto complicado, le tocó ser concejal de cultura con un alcalde que soñaba con transformar Málaga a través de la Cultura. Y aun así, en términos taurinos, hizo una faena de mucho mérito y aun tuvo recursos para resolver y adornar con mucho arte y oficio algunas faenas ajenas.
De aquel encuentro recuerdo la presentación de Curro “este es Pepe del Arco, de Córdoba”, “de Montilla”, maticé yo. “¿Y que hace en Málaga Pepe del Arco de Montilla?”, espetó Pedro con su aterciopelado vozarrón de barítono; y rápidamente la conversación, o el monólogo de Pedro, corto pero intenso, pasó por la necesaria vuelta que necesitaban las diputaciones y de ahí a la construcción de Europa, su pasión de entonces. Pedro Aparicio envolvía con su voz. Era imposible rechistar, matizar u opinar. En el momento en que Pedro hablaba todo el ruido del entorno desaparecía, solo existía la hipnótica voz de Pedro. Era difícil no enamorarse de la voz de Pedro.
En las tardes en las que Curro me llamaba para dar un paseo y hablar de política tuve oportunidad de comprobar el afecto y la admiración que Curro siente por Pedro. De hecho conocí a Pedro más por las continuas referencias de Curro que por las veces en las que tuve la oportunidad de hablar con él, apenas tres o cuatro ocasiones antes de algún acto en el que coincidimos. Todo esto ocurrió hace trece años.
Pedro Aparicio fue un alcalde visionario que se refería a Málaga, con la expresión que él mismo acuñó, como la Capital del Sur de Europa, que entendió como nadie y antes que ningún otro alcalde que la cultura también puede ser una herramienta para el desarrollo de las ciudades; que soñaba con integrar el puerto en la ciudad y recuperarlo para los malagueños. Málaga dejó de ser la capital de su provincia para convertirse en una ciudad cosmopolita, europea y moderna como el alcalde que la soñaba.
Melómano y lector empedernido, culto, educado y humanista, impulsó el Parque Tecnológico de Málaga y sembró el germen del Museo Picasso. Abominaba del discurso cateto del agravio comparativo de los alcaldes y alcaldesas que lo han sido desde que él saliese por la puerta de la Casona del Parque en mayo del 95. Aparicio era cirujano, pero su mayor logro como doctor y como político fue sentar a Málaga en el diván, psicoanalizarla y recetarle una buena dosis de autoestima.
Pero desde entonces los alcaldes y alcaldesas que después de Pedro lo han sido no han hecho más que intentar devolver sus complejos y sus traumas a Málaga, porque bien mirado cuesta menos esfuerzo intelectual y, de paso, arroja mayores beneficios electorales.
Por los mismos meses en que lo conocí personalmente, otro amigo, José María de Loma, le hacía una entrevista en La Opinión de Málaga en la que hablaba de todas estas cosas. Decía cosas como que una característica de Málaga era estar poco atenta a ella, que el localismo que hace discurso del agravio resultaba odioso o que el futuro de Málaga giraba en torno a la tecnología, la cultura y el turismo.

Esta mañana el vozarrón aterciopelado de Pedro se ha apagado. Que tengas un buen viaje y que los dioses te sean propicios.

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