lunes, 19 de abril de 2010

Un triste alcalde triste


He tenido ocasión de escuchar en varios, tal vez demasiados, actos al alcalde de Málaga, Francisco de la Torre, y he de reconocer que no es un hombre que levante precisamente pasiones con su palabra. Bien al contrario, su verbo es una extensión de esa especie de indolente hastío que habitualmente dibuja la expresión de su cara. Si la retórica de Francisco de la Torre destaca en algo es en el argumento permanente del agravio comparativo que las administraciones de ámbito superior infligen a Málaga respecto a otras ciudades andaluzas.
Durante los últimos años he sido testigo directo de cómo Málaga ha sido objeto de inversiones millonarias, provenientes tanto del gobierno central como de la administración autonómica, en todos los órdenes: rondas, autovías, puerto, aeropuerto, metro, playas, parque tecnológico, infraestructura turística o equipamientos culturales entre una lista que resultaría interminable detallar. En mi humilde opinión, Málaga se ha convertido en la capital del Sur de Europa en la que Pedro Aparicio creía y a la que aspiraba, y a la que, por contra, Francisco de la Torre, es incapaz de aprehender.
A pesar de todas esas inversiones, el actual alcalde de Málaga jamás se ha apeado de su tedioso discurso del agravio comparativo, mientras que, por contra, él no pasará precisamente a la historia por las aportaciones emblemáticas que haya podido hacer a la ciudad en sus diez años de alcalde ya. Sí es posible que pase a la historia por haber intentado derribar, al igual que antes hiciera su antecesora, algunos de los pilares de esta Málaga del siglo XXI que ya dejara enunciados Pedro Aparicio.
Afortunadamente, Málaga, evoluciona y se moderniza a pasos agigantados gracias a su gente, no a su alcalde. Málaga es una ciudad cosmopolita en la que se contienen las esencias clásicas de otros puertos del Mediterráneo, pero que a diferencia de éstos ha sabido componer las herramientas y los procesos necesarios para ser la protagonista de su propio futuro, con la audacia característica del carácter emprendedor de sus gentes, con el apoyo de las administraciones y con la complicidad de las demás ciudades andaluzas, para las que las potencialidades que pueda acumular Málaga siempre serán una fortaleza de las que poder obtener beneficios, nunca una debilidad.
Un cordobés de nacimiento y malagueño de corazón, al igual que yo aunque mucho más brillante, dijo en una ocasión que el gran problema de Málaga era la actitud quejumbrosa y acomplejada de algunos de sus dirigentes, una actitud que les impedía tener una visión ambiciosa de la ciudad y hacia donde debía ir.
No es que Málaga no se merezca ser la Capital Cultural de Europa en 2016, es que su alcalde carece de legitimidad para reclamar las posibles inversiones derivadas de la discriminación positiva que supondría la organización de un evento singular como la Capitalidad Cultural. Más que nada por el manido discurso del agravio comparativo y por el pesimismo que contagia.
Por lo demás sería feliz si cualquiera de las dos ciudades, Córdoba o Málaga, resultase designada Capital Europea de la Cultura en 2016. No podría ser de otra manera.